• Iglesia Primitiva

    BERNABÉ, SILAS Y APOLO: COLABORADORES Y SERVIDORES DEL EVANGELIO

    En esta catequesis, Benedicto XVI resalta la importancia de tres figuras clave en la expansión del cristianismo primitivo: Bernabé, Silas y Apolo, colaboradores destacados de san Pablo. Subraya así que la evangelización no fue tarea de individuos aislados, sino de comunidades vivas con vínculos de colaboración y comunión. Bernabé, judío levita de Chipre, fue el primero en confiar en Pablo tras su conversión, lo introdujo en la Iglesia y lo acompañó en el primer viaje misionero, demostrando un espíritu generoso y reconciliador, incluso cuando más adelante se separó de Pablo por diferencias respecto a Juan Marcos.

    Silas, también judío convertido, actuó como puente entre Jerusalén y las comunidades cristianas nacientes. Acompañó a Pablo en la predicación en Macedonia y Grecia, y aparece como coautor de varias cartas apostólicas. Es un ejemplo de cómo los colaboradores actuaban en sinergia dentro del “nosotros” de la fe apostólica, sirviendo a la unidad de la Iglesia incluso entre distintos orígenes y sensibilidades. Fue colaborador tanto de Pablo como de Pedro, confirmando la comunión entre los Apóstoles.

    Apolo, por su parte, judío alejandrino elocuente y fervoroso, aparece como gran conocedor de las Escrituras. Tras ser instruido por Priscila y Áquila, ejerció una misión eficaz en Corinto, aunque su éxito causó divisiones que Pablo corrigió recordando que Apolo y él eran simples servidores, y que sólo Dios da el crecimiento. Esta enseñanza sigue siendo clave hoy: todos, desde el Papa hasta los laicos, somos siervos del Evangelio y ministros de Cristo, cada uno según sus dones.

    Los tres reflejan la riqueza de carismas en la Iglesia primitiva y la necesidad de colaboración, humildad y fidelidad en la misión. Su ejemplo nos invita a servir con generosidad, sin protagonismos, recordando siempre que la obra es de Dios y que nosotros somos solo instrumentos suyos.

  • Iglesia Primitiva

    SAN ESTEBAN: CARIDAD, FE Y TESTIMONIO HASTA EL MARTIRIO

    En esta catequesis, Benedicto XVI nos presenta a san Esteban, el primer mártir cristiano, figura clave de la Iglesia primitiva. Elegido junto a otros seis compañeros para ocuparse del servicio caritativo a las viudas de lengua griega en Jerusalén, su papel trascendió la asistencia material: fue también un ardiente evangelizador. Lleno de gracia y de sabiduría, anunció a Cristo como el cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento, lo que le llevó a enfrentarse con la incomprensión y la hostilidad de sus compatriotas.

    El Papa destaca cómo Esteban, al reinterpretar las Escrituras en clave cristológica, provocó la reacción violenta de los jefes judíos, al declarar que Jesús resucitado es el verdadero templo de Dios. Su predicación culmina en un discurso apasionado y una visión celestial: ve a Jesús a la derecha de Dios, confirmando así que la fe cristiana no es sólo memoria de un maestro, sino experiencia viva del Resucitado. Su muerte, semejante a la de Cristo, incluye el perdón a sus verdugos y la entrega de su espíritu.

    Esteban no sólo es ejemplo de la unión entre caridad y anuncio, sino también punto de inflexión en la historia de la Iglesia: su martirio desencadenó una persecución que obligó a muchos cristianos a salir de Jerusalén, llevando consigo el Evangelio. Así, su sangre no fue en vano, sino semilla fecunda, como dirá Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”. Su figura enlaza directamente con la de san Pablo, que presenció su muerte y, tras su conversión, desarrollará teológicamente la misma visión cristológica iniciada por el protomártir.

    El testimonio de san Esteban nos enseña que el anuncio de la fe no puede desligarse de la entrega concreta en el amor y que la cruz, lejos de ser un fracaso, es el camino hacia la gloria. Su vida y muerte nos llaman a vivir una fe íntegra, valiente y gozosa, capaz de transformar incluso la persecución en misión y la cruz en bendición.

  • Iglesia Primitiva

    TIMOTEO Y TITO: COLABORADORES FIELES Y PASTORES EJEMPLARES

    En esta catequesis, Benedicto XVI nos presenta a Timoteo y Tito, los dos discípulos más cercanos a san Pablo y modelos de entrega pastoral. Timoteo, de madre judía y padre pagano, fue educado en las Escrituras y se unió a Pablo en su segundo viaje misionero. Recibió tareas delicadas en comunidades nacientes como Tesalónica, Corinto y Éfeso, donde fue considerado el primer obispo. San Pablo lo tenía en gran estima y lo consideraba “de iguales sentimientos”, confiándole incluso cartas que llevarían su firma conjunta. Su biografía revela una fidelidad incondicional y una profunda comunión con el Apóstol.

    Tito, por su parte, era de origen griego y desempeñó un papel clave en momentos difíciles, especialmente en Corinto, donde logró restablecer la paz entre Pablo y esa comunidad. También se encargó de concluir la colecta para los cristianos de Jerusalén y fue obispo de Creta, cumpliendo funciones pastorales de organización y enseñanza. Aunque las fuentes son más escasas, su figura se perfila como la de un colaborador prudente, firme y generoso, digno de la plena confianza del Apóstol.

    La experiencia de estos dos discípulos muestra que san Pablo no actuaba en solitario, sino que construía su misión en comunión con otros, delegando responsabilidades y formando verdaderos pastores. Timoteo y Tito supieron asumir tareas complejas con humildad y celo evangélico, siendo signos vivos de una Iglesia que crece desde la colaboración y la corresponsabilidad.

    El Papa concluye invitándonos a imitar esta disponibilidad generosa al servicio del Evangelio y de la Iglesia, especialmente en el tiempo de Adviento. La exhortación de Pablo a Tito —destacarse en la práctica de las buenas obras— es también para nosotros: una llamada a preparar el corazón y el mundo para la venida de Cristo, sirviendo con fe, prudencia y amor.

  • Iglesia Primitiva

    PABLO DE TARSO: LA IGLESIA COMO CUERPO Y ESPOSA DE CRISTO

    En esta última catequesis dedicada a san Pablo, Benedicto XVI aborda el tema central de la Iglesia, mostrando su profunda importancia en la vida y pensamiento del Apóstol. El primer encuentro de Pablo con Cristo fue, paradójicamente, a través de la comunidad cristiana de Jerusalén, a la que inicialmente persiguió con violencia. Sin embargo, su conversión en el camino de Damasco supuso no solo un giro hacia Cristo, sino también hacia la Iglesia, a la que el Resucitado se identifica plenamente: “¿Por qué me persigues?”, le dijo Jesús. Desde entonces, la Iglesia se convirtió en una dimensión esencial de su misión y doctrina.

    Pablo fundó varias comunidades cristianas en su labor misionera, manteniendo con ellas una relación viva y afectuosa. No era un vínculo institucional, sino entrañable, paternal y maternal a la vez. Veía en cada comunidad un signo viviente del Evangelio y expresaba su amor con imágenes entrañables: “mi gozo y mi corona”, “carta escrita en nuestros corazones”, “hijos por quienes sufro dolores de parto”. En sus cartas, desarrolló una imagen teológica de la Iglesia profundamente original: la describió como “Cuerpo de Cristo”. Esta unión se fundamenta en la Eucaristía, donde los creyentes, al participar del mismo pan, son transformados en un solo cuerpo con Cristo y entre sí.

    Además, el Apóstol destacó la diversidad de carismas que enriquecen la Iglesia, todos procedentes del Espíritu, y exhortó a que se vivan en unidad y mutua edificación. Si bien reconocía la espontaneidad del Espíritu, subrayaba que todo debía hacerse para fortalecer la comunión eclesial. Asimismo, presentó a la Iglesia como la Esposa de Cristo, amada y llamada a corresponder con fidelidad. Esta imagen expresa la profundidad del vínculo entre el Señor y su pueblo, y subraya tanto la intimidad como la exigencia del amor recíproco.

    En definitiva, Pablo concibe la Iglesia como una comunión viva: vertical, con Cristo, y horizontal, entre todos los que invocan su nombre. La meta, dice el Papa, es que nuestras comunidades reflejen la presencia de Dios con tal claridad que incluso los no creyentes, al vernos reunidos, puedan exclamar: “Verdaderamente, Dios está con vosotros”. Así, Pablo nos enseña que amar a Cristo es inseparable de amar a su Iglesia y vivir en ella como miembros activos y comprometidos.

  • Iglesia Primitiva

    PABLO DE TARSO: EL ESPÍRITU QUE HABITA EN NOSOTROS

    En esta tercera catequesis sobre san Pablo, Benedicto XVI profundiza en la doctrina del Apóstol sobre el Espíritu Santo. Si bien el libro de los Hechos destaca el papel del Espíritu como impulso misionero en Pentecostés, Pablo complementa esta visión mostrando cómo el Espíritu actúa en lo más íntimo del ser humano. El Espíritu, enviado por Dios a nuestros corazones, no sólo transforma nuestra acción, sino también nuestro ser, configurándonos como hijos adoptivos capaces de llamar a Dios “Abbá, Padre”.

    Esta filiación divina —don recibido en el Bautismo y la Confirmación— define la identidad cristiana desde dentro. Para Pablo, el Espíritu no es solo el de Dios, sino también el “Espíritu de Cristo”, pues el Resucitado lo comunica a sus discípulos haciéndolos partícipes de su vida misma. Esta unión con Cristo, mediada por el Espíritu, no es sólo doctrina sino experiencia viva: el Espíritu se convierte en el alma de nuestra alma, intercediendo por nosotros, moviendo nuestra oración, orientándonos hacia el amor y la comunión.

    El Papa señala que el Espíritu es quien derrama el amor de Dios en nuestros corazones y que, según Pablo, el primer fruto del Espíritu es precisamente ese amor, seguido de la alegría, la paz y la unidad. Gracias a él, el cristiano participa en la comunión del Dios trino y es impulsado a construir relaciones fraternas dentro y fuera de la comunidad. El Espíritu Santo, así, no es una fuerza lejana, sino una presencia activa que nos transforma y que, al mismo tiempo, anticipa y garantiza la herencia eterna prometida por Dios.

    Esta enseñanza de san Pablo invita a cultivar una vida espiritual abierta a las mociones del Espíritu, acogiendo su acción en el día a día. Con él, el cristiano se convierte en un templo vivo, capaz de vivir en comunión con Dios y de irradiar amor a los demás. Así, el Espíritu no sólo sostiene la oración y la fe, sino que anima una existencia marcada por la esperanza, el servicio y la caridad auténtica.

  • Iglesia Primitiva

    PABLO DE TARSO: VIVIR EN CRISTO, VIVIR POR LA FE

    En esta segunda catequesis dedicada a san Pablo, Benedicto XVI subraya cómo la figura del Apóstol gira por completo en torno a Jesucristo. Tras su conversión, Cristo se convierte en el centro de su vida y de su predicación, como lo demuestra la frecuencia con la que aparece su nombre en sus cartas. Para Pablo, la justificación —ser hechos justos ante Dios— no se alcanza por nuestras obras, sino por la fe en Cristo, en su muerte y resurrección. La salvación no es fruto del mérito humano, sino de la gracia de Dios que actúa en quienes creen.

    El Papa explica que este descubrimiento supuso para Pablo un giro radical: ya no vive para sí mismo, sino para Cristo, que lo amó y se entregó por él. El creyente, por tanto, se configura con Cristo, no sólo aceptando su enseñanza, sino participando vitalmente en su muerte y resurrección. Esta unión con Cristo no es solo exterior, sino interior y profunda: el cristiano “está en Cristo” y Cristo “está en él”, lo que implica una compenetración real, casi mística, de vida y sufrimiento.

    Benedicto XVI destaca también que esta identidad cristiana no puede vivirse sin humildad y adoración, sabiendo que todo se debe a la gracia divina. A la vez, esta misma gracia otorga una confianza radical: nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo. La libertad cristiana, por tanto, no es orgullo, sino entrega agradecida; no es autosuficiencia, sino comunión vivida en alegría.

    Así, san Pablo se convierte en un modelo para todo cristiano: alguien que ha dejado de buscar su propia justicia para vivir plenamente unido a Cristo. Su fe no es teoría, sino existencia transformada, sostenida por la certeza de que todo lo puede en Aquel que le da fuerza. Esta convicción profunda es la que debe animar también nuestra vida cotidiana.

  • Iglesia Primitiva

    PABLO DE TARSO: EL APÓSTOL ALCANZADO POR CRISTO

    Tras concluir las catequesis sobre los Doce Apóstoles, Benedicto XVI inaugura un nuevo ciclo centrado en figuras clave de la Iglesia primitiva, comenzando por san Pablo. Llamado directamente por el Resucitado, Pablo destaca por su inmensa talla espiritual e intelectual. Fue judío de la diáspora, originario de Tarso, formado en Jerusalén bajo el rabino Gamaliel, y trabajador manual. Al principio, persiguió a los cristianos con celo, hasta que, camino de Damasco, tuvo un encuentro transformador con Cristo, que lo convirtió en «apóstol por vocación».

    Pablo no fue simplemente un converso, sino un hombre radicalmente transformado por la gracia. Él mismo afirma que todo lo que antes consideraba valioso lo estimó como pérdida tras su encuentro con Cristo. Desde entonces, dedicó su vida entera a anunciar el Evangelio, viviendo en profunda comunión con Jesús y esforzándose por llegar a todos, sin distinción. Su vida apostólica fue marcada por una visión universal de la salvación, destinada tanto a judíos como a gentiles.

    Desde la Iglesia de Antioquía, Pablo emprendió viajes misioneros por Asia Menor y Europa, fundando comunidades cristianas en ciudades clave como Éfeso, Corinto y Tesalónica. A pesar de las innumerables dificultades —persecuciones, naufragios, hambre, traiciones—, perseveró con fortaleza, sostenido por el amor a Cristo. Su deseo era llevar el Evangelio hasta los confines del mundo conocido, incluso hasta España.

    El testimonio de Pablo culminó en su martirio en Roma, donde sus restos son venerados. Benedicto XVI concluye recordando que el Apóstol no se apoyaba en sus propias fuerzas, sino en la urgencia del amor de Cristo. Su vida, entregada hasta el final, es un modelo para todos los cristianos, y su exhortación sigue vigente: “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” (1 Co 11, 1).

  • Catequesis

    LA IGLESIA PRIMITIVA

    El próximo lunes empezaremos un nuevo ciclo de catequesis, dedicado a la Iglesia Primitiva.

    Se trata de un ciclo bastante extenso, que en la edición original e integral que preparé hace años abarca cuatro libros en edición de bolsillo. Pienso publicar en este blog todos mis resúmenes, pero Papa Benedicto XVI quiso separar en el tiempo los ciclos 6 (Cristianos en la Edad Media) y 8 (Teólogos en la Edad Media) intercalando la catequesis sobre San Pablo (en el año a éste dedicado) y la catequesis sobre el Año Sacerdotal.

    He preferido mantener el orden cronológico para respetar la historia del Pontífice, aunque creo que el hilo lógico mantiene unidos esos dos ciclos al anterior.

    Este nuevo ciclo (doble) abarca desde el 25 de octubre de 2006 hasta el 25 de junio de 2008.

  • Los Apostoles

    JUDAS ISCARIOTE Y MATÍAS: TRAICIÓN Y FIDELIDAD EN EL PLAN DE DIOS

    Judas Iscariote, el apóstol que traicionó a Jesús, ocupa un lugar trágico en la historia de la salvación. Su nombre es sinónimo de traición, y los Evangelios destacan su papel como «uno de los Doce», lo que hace aún más doloroso su acto. Jesús le confió el manejo del dinero del grupo, pero también lo llamó «ladrón» (Jn 12, 6). ¿Por qué lo eligió? Es un misterio que nos recuerda que Cristo respeta la libertad de cada persona.

    Las razones de Judas para traicionar a Jesús han sido objeto de debate: avaricia, desilusión política o, como indican los Evangelios, la acción del Maligno. Su arrepentimiento lo llevó a la desesperación y a la autodestrucción, en contraste con Pedro, quien también cayó pero encontró el perdón. Este contraste nos enseña que la misericordia de Dios siempre está disponible para quien la busca con confianza.

    Tras la Pascua, Matías fue elegido para ocupar el lugar de Judas. No sabemos mucho sobre él, excepto que fue testigo fiel de Jesús desde el principio (Hch 1, 21-22). Su elección nos recuerda que la infidelidad de algunos nunca detiene la obra de Dios.

    La historia de estos dos hombres nos interpela. Judas nos advierte sobre el peligro de alejarnos de Cristo y de ceder a la desesperación. Matías nos muestra que Dios siempre suscita nuevos testigos fieles. En medio de las pruebas, cada cristiano está llamado a ser fiel y a renovar su confianza en la misericordia divina.