• Los Apostoles

    EL SERVICIO A LA COMUNIÓN EN LA IGLESIA

    Desde sus orígenes, la Iglesia ha sido edificada como una comunidad de comunión en la verdad y el amor, sostenida por el Espíritu Santo y guiada por los Apóstoles y sus sucesores. San Ireneo de Lyon destacaba que donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios, quien la construye y le dona la verdad. Sin embargo, esta comunión no está exenta de pruebas y divisiones, pues desde los primeros tiempos han existido tensiones y desafíos a la unidad de la fe. Como advierte san Juan en sus cartas, la comunión solo es posible cuando se mantiene la fidelidad al Evangelio transmitido por Cristo.

    Para que la Iglesia conserve esta unidad en la verdad y en el amor, necesita un ministerio apostólico que la guíe con autoridad. La sucesión apostólica es un don del Espíritu, garantizando que la Iglesia permanezca fiel a Cristo y su enseñanza a lo largo del tiempo. En los Hechos de los Apóstoles se describe cómo la comunidad primitiva vivía esta comunión mediante la enseñanza de los Apóstoles, la fracción del pan y la oración, expresándose también en la caridad fraterna. Así, la comunión en la Iglesia no es solo una realidad espiritual, sino que se hace visible y concreta en la vida comunitaria.

    El ministerio apostólico es inseparable del servicio al amor, ya que la verdad y la caridad son dos aspectos de un mismo don divino. Los Apóstoles y sus sucesores no solo son custodios de la doctrina, sino también ministros de la caridad, asegurando que la Iglesia viva conforme al mandato de Cristo. Por ello, la comunidad cristiana está llamada a orar por los obispos y el Papa, para que sean auténticos testigos del Evangelio, guiando a la Iglesia en la fidelidad a la verdad y en la vivencia del amor. Así, la luz de Cristo seguirá iluminando la historia, asegurando que la comunión eclesial se mantenga viva y fecunda.

  • Los Apostoles

    LA IGLESIA, REFLEJO VIVO DE LA VOLUNTAD DE CRISTO

    En esta catequesis se subraya cómo la Iglesia nace de la misma voluntad de Jesús y se fundamenta en la fe, la esperanza y la caridad de los Apóstoles. Desde el inicio, cuando Jesús llamó a unos sencillos pescadores de Galilea y los convirtió en “pescadores de hombres”, quedó claro que su misión no era solo invitar a la conversión personal, sino reunir y unificar al pueblo de Dios. De hecho, el Señor dirigió su mensaje primero a Israel, para luego extender la alianza y la salvación a todos los pueblos, superando visiones individualistas que limitan el Reino de Dios únicamente a la dimensión interna de cada persona.

    Un elemento decisivo de esa voluntad de Jesús es la institución de los Doce, acción profético-simbólica que remite a las doce tribus de Israel y anuncia la reconstitución definitiva del pueblo de Dios. Con ella, el Hijo de Dios hace partícipes a los Apóstoles de su misma misión de anunciar y establecer el Reino, otorgándoles autoridad para predicar y expulsar demonios. Asimismo, en la Última Cena, antes de su Pasión, Jesús les confía la celebración de su memorial, instaurando así a la Iglesia como nueva comunidad unida en torno a su persona y a su sacrificio.

    De este modo se entiende la unidad inseparable entre Cristo y la Iglesia: los Doce son la prueba más contundente de que la comunidad eclesial nace de la voluntad expresa de Cristo. No cabe la afirmación “Jesús sí, Iglesia no”, pues ambos son inseparables. El Resucitado permanece vivo y operante en su Iglesia, construida sobre el fundamento de los Apóstoles, y nos comunica su gracia a lo largo de la historia. Esta presencia constante es motivo de alegría y confirma que “el Reino de Dios viene” en cada tiempo y lugar, por medio de la comunidad que Él mismo ha fundado.