En esta segunda catequesis sobre Orígenes, Benedicto XVI nos abre al corazón espiritual de uno de los grandes padres de la Iglesia. Si en la primera entrega conocimos su labor como exégeta y teólogo, hoy nos adentramos en dos temas fundamentales y profundamente actuales: la oración y la Iglesia.
Para Orígenes, la teología no es mera especulación; nace de la experiencia de Dios. El estudio de la Escritura, por sí solo, no basta: es imprescindible la lectio divina, es decir, una lectura orante, hecha con humildad y amor. El conocimiento más profundo de Dios sólo se alcanza por el amor —como ocurre en las relaciones humanas más íntimas—, y ese conocimiento amoroso se alimenta en la oración.
Conmovido por la imagen del alma que busca incansablemente al Esposo, Orígenes no teme hablar del deseo, del gozo, de la ausencia y de la presencia de Dios en clave esponsal, especialmente en sus comentarios al Cantar de los Cantares. Aquí asoma ya un corazón místico que prefigura la gran tradición espiritual del cristianismo posterior.
En cuanto a la Iglesia, Orígenes desarrolla una doctrina luminosa sobre el sacerdocio común de los fieles. Inspirado en san Pedro, insiste en que todos los bautizados —hombres y mujeres— están llamados a ofrecer sacrificios espirituales, a vivir en santidad, a ser luz para el mundo. La pureza de vida y el conocimiento de la Palabra son, para él, requisitos esenciales para ejercer este sacerdocio con autenticidad.
Y en la cima de este camino espiritual, Orígenes coloca el martirio, no como deseo morboso, sino como consumación del amor a Cristo, como fuego que arde en el altar del alma.
En un mundo a menudo distraído, sus palabras siguen siendo un desafío: «Que vuestros ojos estén fijos en Jesús», no los del cuerpo, sino los del alma. Solo así, como nos recuerda Benedicto XVI a través de Orígenes, nuestra fe se convierte en vida, la Escritura en alimento, y la Iglesia en una asamblea viva que contempla el rostro del Señor.