• Laudes y Visperas

    LA MISERICORDIA DE DIOS: DE LA CREACIÓN A LA HISTORIA DE SALVACIÓN

    El Salmo 135, llamado «el gran Hallel», despliega en dos partes complementarias la acción misericordiosa de Dios. La primera, como vimos anteriormente, exalta la creación como un reflejo de su belleza y sabiduría. La segunda parte, que ahora meditamos, se centra en la historia de salvación, donde Dios actúa de manera directa y liberadora, mostrando su hesed, es decir, su amor fiel y misericordioso, en los acontecimientos de la historia humana.

    El salmista recuerda los momentos fundamentales del éxodo: la liberación de Egipto, el paso por el mar Rojo y el camino por el desierto, símbolos de la victoria de Dios sobre la opresión y el mal. Estos hechos, que culminan en la entrada a la tierra prometida, reflejan la fidelidad de Dios a su alianza y anticipan la obra redentora de Cristo. Como lo expresan los Padres de la Iglesia, en Cristo se cumple la revelación divina, pues él es el don supremo del Padre, quien, al encarnarse, asumió nuestra humanidad para liberarnos del pecado y ofrecernos la vida eterna.

    Este salmo nos invita a cultivar una memoria viva de los beneficios divinos. Aunque las pruebas y el sufrimiento puedan nublar nuestro corazón, el salmo nos enseña a redescubrir cada día la misericordia eterna de Dios. Esa misericordia no solo se manifiesta en las maravillas del cosmos o en los grandes hitos de la historia, sino también en la presencia constante de Cristo en la Eucaristía, su Palabra y nuestras vidas. Que este canto de alabanza despierte en nosotros un corazón agradecido y consciente de que, en cada momento, «es eterna su misericordia».

  • Laudes y Visperas

    EL GRAN HALLEL: LA MISERICORDIA ETERNA DE DIOS EN LA CREACIÓN

    El Salmo 135, conocido como «el gran Hallel», es una alabanza grandiosa que el pueblo judío entonaba en la liturgia pascual. Su estribillo, «Es eterna su misericordia», resalta la palabra hebrea hesed, que trasciende nuestra traducción como «misericordia». Hesed expresa la relación amorosa, fiel y paternal que Dios establece con su pueblo. Este vínculo revela a un Dios que no es distante ni impasible, sino un Padre amoroso que acompaña y sostiene a sus criaturas, incluso en sus infidelidades.

    La creación, como afirma el salmista, es el primer testimonio de este amor misericordioso. Los cielos, la tierra, el sol y las estrellas son signos visibles del hesed de Dios, una revelación cósmica accesible a toda la humanidad. Siguiendo la tradición bíblica y los Padres de la Iglesia, como San Basilio Magno, entendemos que la creación no es fruto del azar, sino de un plan amoroso y sabio. «En el principio creó Dios», afirma el Génesis, y esta declaración fundamenta nuestra comprensión del universo como un proyecto ordenado, cuya belleza refleja a su Creador.

    En un tiempo donde el materialismo y el ateísmo intentan explicar el cosmos sin guía ni propósito, el Salmo 135 nos recuerda que todo tiene un origen en la Sabiduría divina, que es amor y bondad. Dejemos que esta verdad despierte nuestra razón y encienda nuestra fe. Al contemplar la creación, descubrimos el mensaje inscrito en ella: Dios, el autor de todo, nos invita a reconocer su misericordia eterna, una misericordia que no solo se manifiesta en el cosmos, sino también en el corazón de cada uno de nosotros.