La figura de san Cirilo de Alejandría se alza en la historia de la Iglesia como un faro de firmeza doctrinal y pasión eclesial en tiempos de fuertes tensiones teológicas y políticas. Doctor de la Iglesia y último gran representante de la tradición teológica alejandrina, Cirilo se distinguió por su empeño constante en salvaguardar la verdad del Evangelio mediante la fidelidad a la tradición apostólica y patrística. Él no se propuso innovar, sino custodiar lo recibido. Por eso se le llamó en Oriente “sello de los Padres” y “custodio de la exactitud”, es decir, defensor de la ortodoxia cristiana.
Desde su juventud estuvo inmerso en el ambiente vibrante de Alejandría, centro intelectual de Oriente y campo de tensiones eclesiásticas. Fue elegido obispo en el año 412, sucediendo a su influyente tío Teófilo. Con temple firme y agudo sentido pastoral, Cirilo supo sostener la identidad de su Iglesia local sin aislarla, procurando mantener la comunión con Roma y, cuando fue posible, con Constantinopla. Su protagonismo en la controversia contra Nestorio, obispo de esta última ciudad, puso de relieve su comprensión profunda del misterio de Cristo: un solo Señor, una sola Persona, en la que la divinidad y la humanidad están unidas sin confusión ni separación. Este punto se convirtió en el núcleo de la enseñanza cristológica sancionada en el concilio de Éfeso (431), donde fue reconocido el título de María como Theotokos, Madre de Dios, expresión no sólo de devoción mariana, sino de la verdad sobre Cristo mismo.
San Cirilo mostró así que la verdadera doctrina no es una construcción intelectual, sino la garantía de un encuentro real: el del hombre con el Dios hecho carne. Y aunque su carácter firme le ganó adversarios, supo también tender puentes, como lo muestra la reconciliación con los obispos antioquenos tras la crisis nestoriana. Esta combinación de claridad doctrinal y búsqueda sincera de la unidad hace de él un modelo para los tiempos en que la verdad y la comunión parecen a veces difíciles de armonizar.
Como teólogo, su obra es vasta e influyente. Destacan sus comentarios bíblicos, profundamente marcados por la tradición alejandrina y una espiritualidad cristocéntrica. En sus textos aparece constantemente la convicción de que la fe no es una teoría, sino vida transformada por el encuentro con el Verbo encarnado. Por eso, afirmaba: “Uno solo es el Hijo, uno solo el Señor Jesucristo, ya sea antes de la encarnación ya después de la encarnación”. Para Cirilo, la continuidad entre el Verbo eterno y el Jesús histórico no es un concepto abstracto, sino la certeza concreta de que Dios ha entrado de lleno en nuestra historia, y permanece con nosotros.
La enseñanza de san Cirilo nos recuerda, también hoy, que no hay verdadero cristianismo sin Jesucristo verdadero Dios y verdadero hombre; que no hay verdadera Iglesia sin fidelidad a la fe recibida; y que no hay auténtica caridad sin la búsqueda sincera de la unidad. Él nos enseña a mirar a María como signo de la presencia de Dios en la historia, y a Cristo como el centro viviente que nos une y nos transforma.