Con esta catequesis, Benedicto XVI inicia una nueva serie sobre los Padres Apostólicos, centrándose en la figura de san Clemente, tercer sucesor de Pedro en la sede de Roma. Vivió a finales del siglo I y fue testigo directo de la predicación apostólica, según testimonia san Ireneo. Su nombre está vinculado a un único escrito auténtico: la Carta a los Corintios, redactada tras la persecución de Domiciano, hacia el año 96. En ella, la Iglesia de Roma interviene con autoridad para restablecer la paz en la comunidad de Corinto, donde algunos jóvenes habían depuesto ilegítimamente a sus presbíteros. Esta intervención constituye el primer testimonio del ejercicio del primado romano más allá de sus fronteras.
La carta combina enseñanzas doctrinales y exhortaciones morales, siguiendo el estilo paulino, pero incluye además una gran oración final que expresa con hondura la fe, la esperanza y la caridad de la comunidad cristiana. San Clemente subraya la importancia de la unidad eclesial, de la humildad y del respeto a la estructura sacramental de la Iglesia, donde cada miembro —obispo, presbítero, diácono o laico— tiene su función dentro del Cuerpo de Cristo. Con claridad, defiende la sucesión apostólica como expresión de la voluntad divina, no como construcción humana.
En su «gran oración», Clemente reconoce a Dios como Creador y Salvador, y le da gracias por su providencia. Uno de los pasajes más notables es la súplica por las autoridades civiles, la primera oración cristiana por el poder político fuera del Nuevo Testamento. Se pide que los gobernantes ejerzan su cargo con justicia y mansedumbre, lo que refleja una actitud cristiana madura: ni sometimiento ciego ni rebelión, sino colaboración en la verdad y la paz, reconociendo la soberanía última de Dios.
San Clemente nos deja un valioso testimonio del papel de la Iglesia de Roma en la comunión universal, de la espiritualidad de la primera generación posapostólica y del modo en que los cristianos comprendían su misión en el mundo: fieles al Evangelio, constructores de unidad, testigos de la caridad, y orantes constantes incluso en medio de la adversidad.