En esta catequesis, Benedicto XVI destaca con especial afecto la figura de los esposos Priscila y Áquila, colaboradores estrechos del apóstol san Pablo y testigos clave en la expansión del cristianismo primitivo. Judíos de la diáspora, expulsados de Roma por el decreto del emperador Claudio, se establecieron en Corinto, donde conocieron a Pablo y lo acogieron en su casa, compartiendo no solo el oficio de fabricantes de tiendas, sino sobre todo la fe en Cristo. Su hospitalidad y entrega se convirtieron en un modelo de colaboración laical con la misión apostólica.
Más tarde, en Éfeso, su compromiso creció todavía más: ayudaron a Apolo a profundizar su conocimiento de la fe cristiana y ofrecieron su casa como lugar de reunión para la comunidad, lo que la convirtió en una verdadera «iglesia doméstica». San Pablo les dedica palabras de altísimo reconocimiento en sus cartas, agradeciéndoles incluso haber arriesgado la vida por él, y señalando su importancia para todas las Iglesias de la gentilidad.
El testimonio de Priscila y Áquila ilustra cómo el Evangelio se extendió gracias no solo a los grandes predicadores, sino también al compromiso generoso de matrimonios creyentes que hicieron de su hogar un centro de vida cristiana. Son ejemplo de cómo cada familia puede convertirse en una pequeña Iglesia, donde reina el amor cristiano y donde Cristo es el centro de la vida cotidiana.
A través de su ejemplo, la Iglesia primitiva nos enseña que la vida conyugal, sostenida por la fe, no es un ámbito secundario, sino un lugar privilegiado para la edificación de la comunidad cristiana. Su historia sigue recordándonos que toda casa puede ser lugar de evangelización, de servicio, de oración y de comunión.