• Laudes y Visperas

    SALMO 134: ALABANZA AL DIOS VIVO Y VERDADERO

    El Salmo 134, en la liturgia de las Vísperas, nos invita a una profunda reflexión sobre la verdadera fe y la idolatría. Mientras que la primera parte del himno recuerda el Éxodo, centro de la Pascua israelita, la segunda parte compara la fe en el Dios vivo con la vaciedad de la idolatría. El salmista nos muestra a un Dios cercano y salvador, cuyo poder y amor se extienden sobre su pueblo, contrastando con los ídolos, que son simplemente creaciones humanas incapaces de salvar.

    La idolatría es descrita como una religiosidad vacía, pues los ídolos, a pesar de tener forma humana, no tienen vida ni poder. San Agustín, al comentar sobre esto, destaca cómo aquellos que confían en lo material y en las obras humanas, se vuelven espiritualmente ciegos e insensibles. Sin embargo, el santo nos recuerda que cada día hay quienes, al reconocer los milagros de Cristo, abren sus ojos a la fe y reciben su salvación.

    El Salmo culmina con una bendición al Señor, invitando a toda la comunidad a alabarle y reconocer su grandeza. Esta alabanza se convierte en un acto litúrgico en el que el hombre y Dios se encuentran, en un abrazo de salvación. Al igual que en el templo, nosotros también estamos llamados a bendecir y a vivir nuestra fe en Cristo, el único Dios vivo y verdadero.

  • Laudes y Visperas

    SALMO 134: LA ALABANZA AL DIOS REDENTOR

    El Salmo 134 nos invita a un acto de alabanza comunitaria y litúrgica, en el que el pueblo de Israel se une para glorificar a Dios en el templo. Este himno se abre con una cálida llamada a los «siervos del Señor» que se encuentran en los atrios de la casa de Dios, el lugar privilegiado de encuentro con su presencia. En este contexto sagrado, se celebra la bondad de Dios, el Dios que ha elegido a Israel y ha hecho una alianza con su pueblo. Este llamado a la alabanza es un reconocimiento de la cercanía de Dios y de su bondad infinita, un Dios cuya acción está continuamente presente tanto en la creación como en la historia de su pueblo.

    La estructura del himno es profundamente teológica, ya que, después de la invitación, un solista proclama un «Yo sé» que revela la esencia de la fe israelita: la omnipotencia de Dios, que se manifiesta en los cielos, en la tierra, en los mares y en los vientos. Dios es quien controla las fuerzas de la naturaleza, y nada escapa a su dominio. Esta proclamación subraya su poder como creador y soberano de todo lo visible y lo invisible. Sin embargo, lo que realmente destaca en esta oración es la intervención redentora de Dios en la historia de su pueblo.

    El salmo recuerda las grandes obras que Dios realizó para liberar a Israel: las plagas de Egipto, las victorias en el desierto y finalmente, la entrega de la tierra prometida. Estos eventos son vistos como la manifestación de la fidelidad divina hacia su pueblo. La liturgia, al evocar estos hechos, no solo rememora el pasado, sino que los hace presentes y eficaces para el pueblo de Dios. Esta memoria activa de las obras de Dios es una forma de experimentar su amor y protección de manera tangible en la vida cotidiana.

    San Clemente Romano, en su Carta a los Corintios, recoge este espíritu de alabanza y lo orienta hacia el futuro, apuntando a la protección divina que se ha alcanzado plenamente en Cristo. Él escribe: «Oh Señor, muestra tu rostro sobre nosotros para el bien en la paz», una oración que refleja el anhelo de paz y concordia que surge de la acción redentora de Dios. La oración de Clemente, escrita en el siglo I, resuena hoy con la misma fuerza, invitándonos a pedir la paz y la protección de Dios en nuestras vidas. Así como Dios estuvo con Israel en el pasado, está con nosotros hoy, en Cristo, quien es nuestro sumo sacerdote y protector.

    Este Salmo nos recuerda que la alabanza a Dios no es solo una acción de gratitud, sino también una proclamación de su acción redentora, que se extiende desde el pasado hasta el presente, culminando en Cristo. La invocación del salmo, «Oh Señor, haz resplandecer tu rostro sobre nosotros», es una oración que podemos hacer nuestra cada día, pidiendo a Dios que nos conceda la paz y la protección en nuestras vidas, como lo hizo con sus antiguos fieles.