• Iglesia Primitiva

    SAN HILARIO DE POITIERS: DEFENSOR DE LA FE TRINITARIA Y DOCTOR DEL AMOR DIVINO

    En medio de las agitadas controversias teológicas del siglo IV, cuando la identidad de Cristo y la relación entre el Padre y el Hijo eran objeto de intensas disputas, se alzó con firmeza la voz de san Hilario de Poitiers. Nacido hacia el año 310 en la Galia y convertido al cristianismo en su madurez, Hilario se convirtió en uno de los más lúcidos y valientes defensores de la plena divinidad de Cristo frente a la amenaza del arrianismo, que lo consideraba una criatura, aunque excelsa. Su vida y obra testimonian una búsqueda profunda de la verdad y una fidelidad inquebrantable a la fe del Evangelio.

    Su experiencia personal de conversión y su formación filosófica lo llevaron a descubrir en el bautismo el núcleo de toda la fe cristiana: la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Desde esta luz, supo leer con hondura las Escrituras y responder con sabiduría a las tergiversaciones doctrinales de su tiempo. En su obra más importante, De Trinitate, Hilario ofrece una teología que brota de la experiencia de fe y se convierte en oración. No se trata de un ejercicio meramente intelectual, sino de un diálogo vivo con Dios, donde la mente se abre a la gracia y la razón se deja guiar por el amor.

    Desterrado por su fidelidad a la fe de Nicea, en medio de un ambiente dominado por el arrianismo, Hilario no se replegó ni se amargó. Al contrario, su estancia en Oriente le permitió dialogar con otros obispos, distinguir los matices entre error y confusión, y ejercer una influencia reconciliadora que favoreció, con el tiempo, la vuelta de muchos al seno de la fe verdadera. Supo conjugar la firmeza en la doctrina con la comprensión pastoral, una virtud escasa pero preciosa en tiempos de crisis.

    En sus Tratados sobre los salmos, compuestos en sus últimos años, aflora el alma contemplativa de este gran obispo. Todo en los salmos —afirma— apunta a Cristo y a su Iglesia: la encarnación, la pasión, la gloria del Resucitado, nuestra participación en su victoria. La Escritura se convierte así en un espejo del misterio pascual y de nuestra propia transformación en Cristo.

    Hilario fue, ante todo, un testigo de que Dios es amor, y que este amor no se guarda para sí, sino que se comunica plenamente en el Hijo. “Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre”, escribía con asombro reverente. Por eso, la divinidad del Hijo no es una amenaza al monoteísmo, sino la plenitud de la revelación del Dios verdadero, que es comunión. Esta verdad, profesada en el bautismo, no es un mero recuerdo, sino una fuente viva que nos configura y nos une.

    Hoy, san Hilario sigue hablándonos con la fuerza de su testimonio y la belleza de su pensamiento. Nos recuerda que la fe verdadera no puede separarse del amor, que la defensa de la verdad no está reñida con la humildad y que la teología, cuando nace de la oración, se convierte en luz para la Iglesia.