En esta segunda catequesis dedicada a san Pablo, Benedicto XVI subraya cómo la figura del Apóstol gira por completo en torno a Jesucristo. Tras su conversión, Cristo se convierte en el centro de su vida y de su predicación, como lo demuestra la frecuencia con la que aparece su nombre en sus cartas. Para Pablo, la justificación —ser hechos justos ante Dios— no se alcanza por nuestras obras, sino por la fe en Cristo, en su muerte y resurrección. La salvación no es fruto del mérito humano, sino de la gracia de Dios que actúa en quienes creen.
El Papa explica que este descubrimiento supuso para Pablo un giro radical: ya no vive para sí mismo, sino para Cristo, que lo amó y se entregó por él. El creyente, por tanto, se configura con Cristo, no sólo aceptando su enseñanza, sino participando vitalmente en su muerte y resurrección. Esta unión con Cristo no es solo exterior, sino interior y profunda: el cristiano “está en Cristo” y Cristo “está en él”, lo que implica una compenetración real, casi mística, de vida y sufrimiento.
Benedicto XVI destaca también que esta identidad cristiana no puede vivirse sin humildad y adoración, sabiendo que todo se debe a la gracia divina. A la vez, esta misma gracia otorga una confianza radical: nada puede separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo. La libertad cristiana, por tanto, no es orgullo, sino entrega agradecida; no es autosuficiencia, sino comunión vivida en alegría.
Así, san Pablo se convierte en un modelo para todo cristiano: alguien que ha dejado de buscar su propia justicia para vivir plenamente unido a Cristo. Su fe no es teoría, sino existencia transformada, sostenida por la certeza de que todo lo puede en Aquel que le da fuerza. Esta convicción profunda es la que debe animar también nuestra vida cotidiana.