Simón el Cananeo, también llamado el Zelota, y Judas Tadeo, el autor de una de las cartas del Nuevo Testamento, representan dos caminos diferentes de vivir la fe, pero unidos en la misma misión apostólica.
Simón era un hombre de celo ardiente, posiblemente vinculado a los movimientos nacionalistas judíos. Judas Tadeo, en cambio, aparece en los Evangelios como un discípulo que, en la Última Cena, pregunta a Jesús por qué se manifiesta a sus seguidores y no al mundo. La respuesta de Jesús resuena con fuerza hoy: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y pondremos nuestra morada en él» (Jn 14, 23).
Estos apóstoles nos enseñan que el seguimiento de Cristo une a personas de orígenes diversos en una misma comunión. La fe no es uniforme, sino un espacio de encuentro donde Dios transforma los corazones. Judas Tadeo, en su carta, exhorta a los cristianos a mantenerse firmes ante las desviaciones y a vivir con claridad y valentía la identidad cristiana, sin ceder a las corrientes del mundo.
Ambos nos invitan a ser testigos del Evangelio con audacia y serenidad, defendiendo la verdad con caridad. Su ejemplo nos anima a vivir nuestra fe con pasión, pero también con la confianza de que Dios mismo habita en nosotros.