San Bartolomé, identificado con Natanael en el Evangelio de san Juan, nos enseña la importancia del encuentro personal con Cristo. Su historia comienza con una duda: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1, 46). Sin embargo, su escepticismo se convierte en fe cuando Jesús le revela que lo conocía antes de su llamado, un momento que marcó profundamente su vida.
Ante la mirada penetrante de Cristo, Bartolomé responde con una de las confesiones de fe más hermosas del Evangelio: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Su testimonio nos recuerda que el conocimiento de Jesús no es solo intelectual, sino una experiencia transformadora.
Aunque la Escritura no nos brinda muchos detalles sobre su misión posterior, la tradición nos dice que llevó el Evangelio a regiones lejanas, posiblemente hasta la India y Armenia, donde murió martirizado. Su figura nos muestra que el seguimiento de Cristo no siempre implica obras espectaculares, sino una fidelidad discreta pero firme.
Bartolomé nos invita a superar prejuicios y a dejarnos sorprender por Cristo. Su historia es un recordatorio de que la verdadera fe nace del encuentro con Jesús y de la respuesta generosa a su llamado. Como él, estamos llamados a proclamar con convicción: «Señor, tú eres el Hijo de Dios».