Iglesia Primitiva

SAN JERÓNIMO (II): UN CORAZÓN INFLAMADO POR LA PALABRA

En esta segunda catequesis dedicada a san Jerónimo, el Papa Benedicto XVI profundiza en la gran pasión que animó toda la vida de este Padre de la Iglesia: el amor por la Sagrada Escritura. Si en la primera parte lo veíamos como traductor incansable y monje erudito, ahora se subraya con fuerza su empeño por enseñar, vivir y transmitir la Biblia como fuente de vida para toda la Iglesia.

San Jerónimo entendió que la Biblia no es un libro entre otros, sino el lugar del encuentro con Cristo mismo. En sus cartas, discursos y comentarios, insiste sin cesar en que el verdadero conocimiento de Cristo sólo puede darse a través de un contacto asiduo y orante con las Escrituras. De ahí su famosa frase: “Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”, que el Concilio Vaticano II quiso hacer suya en la constitución Dei Verbum.

Pero este contacto con la Palabra no es meramente intelectual. Es una escuela de santidad y un arte de vivir. Jerónimo exhorta a todos —clérigos, padres, jóvenes y mujeres consagradas— a sumergirse en la Escritura para aprender a pensar, a orar y a obrar según Dios. Para él, el estudio bíblico debe ir acompañado de la oración, de la conversión del corazón, de la obediencia al Magisterio y de una vida coherente. La Escritura no se interpreta con arrogancia individual, sino en comunión con la Iglesia, bajo la guía del Espíritu.

El santo de Belén se muestra también como un pedagogo lúcido y exigente: conoce la importancia de la educación desde la infancia, el papel insustituible de los padres y el valor formativo de la cultura clásica. De forma especialmente notable para su época, defiende el derecho de la mujer a una educación completa, espiritual e intelectual, convencido de que la dignidad cristiana exige formar a toda persona en la libertad y la verdad.

Con su testimonio apasionado, Jerónimo nos recuerda que la Biblia no es letra muerta, sino Palabra viva que transforma, ilumina y conduce a la vida eterna. Leerla es dialogar con Dios; vivirla es dejar que esa Palabra nos haga a su imagen. En tiempos de confusión y superficialidad, su figura nos urge a reencontrar en la Escritura la raíz profunda del pensamiento cristiano, el alimento del alma y la brújula segura de todo discernimiento. A través de él, la Iglesia entera se vuelve a preguntar: ¿cómo vivir sin la Palabra que da sentido a todo? ¿Cómo anunciar a Cristo sin conocerle a través de las Escrituras?

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