San Juan, el discípulo amado, es reconocido en la tradición cristiana como el Teólogo, aquel que nos revela la profundidad del amor divino. Sus escritos –el Evangelio y las cartas que llevan su nombre– destacan por la insistencia en que Dios es amor (1 Jn 4, 8.16), una afirmación única en la literatura religiosa de su tiempo. No es un amor teórico o abstracto, sino una realidad concreta manifestada en Cristo, quien entregó su vida por la salvación del mundo.
Juan nos muestra tres dimensiones del amor cristiano. Primero, su fuente en Dios mismo, cuya esencia es amar y actuar con amor. Segundo, su manifestación en la entrega de Jesús, que nos amó “hasta el extremo” (Jn 13, 1) y con su sacrificio nos redimió. Y tercero, la respuesta del cristiano, que está llamado a amar como Cristo amó, sin medida ni distinciones: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34).
Este amor cristiano va más allá de la mera empatía humana; es una participación en la vida misma de Dios. La tradición bizantina llama a Juan el Teólogo porque su mensaje no es solo racional, sino experiencial: quien ama, conoce a Dios. Su vida y escritos nos invitan a dejarnos transformar por ese amor divino, para que nuestra fe no sea solo creencia, sino una entrega real que ilumine el mundo con la luz de Cristo.