• Laudes y Visperas

    CRISTO, MODELO DE HUMILDAD Y DONACIÓN PARA LOS CRISTIANOS

    En la primera parte del himno cristológico de la carta a los Filipenses (Flp 2, 6-8), resuena el misterio del despojo voluntario de Cristo. El Verbo divino, dueño de toda gloria, eligió asumir la condición humana, abrazando nuestra fragilidad e incluso la muerte más humillante: la crucifixión. Este acto de amor absoluto se propone como modelo vital para todo cristiano, invitándonos a tener «los mismos sentimientos de Cristo Jesús»: humildad, generosidad y donación. Cristo no consideró su igualdad con Dios como motivo de dominio, sino que, en un gesto de radical despojamiento, se hizo hombre para compartir plenamente nuestra existencia.

    El himno destaca que Cristo asumió nuestra condición, excluido el pecado, llevando su obediencia al Padre hasta las últimas consecuencias. Su muerte en cruz no fue fruto del azar, sino un acto libre de amor redentor, abrazando la humillación para reconciliar al hombre con Dios. Como señala Teodoreto de Ciro, esta encarnación no es solo un signo de la bondad divina, sino un acto de justicia y amor que nos devuelve la libertad perdida. Cristo une la naturaleza humana a la divina, no para imponer su poder, sino para mostrar un camino de salvación pleno de misericordia y justicia.

    ¿Estás dispuesto a abrir tu corazón y tener los mismos sentimientos de Jesús? Esta es una invitación diaria para caminar en humildad y confianza hacia el Padre.

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    EL SALMO 115: CONFIANZA Y ACCIÓN DE GRACIAS

    El Salmo 115, citado por San Pablo en sus cartas a los Corintios y a los Romanos, resalta la fe que impulsa al testimonio y la alabanza a Dios incluso en medio de la dificultad. En el contexto bíblico, el salmista expresa gratitud por haber sido liberado de situaciones de odio y falsedad, manteniendo viva la «antorcha de la fe». San Pablo utiliza este salmo para contrastar la fidelidad de Dios con la fragilidad humana, recordándonos que, aunque «todo hombre es mentiroso», Dios permanece siempre fiel.

    A lo largo de la tradición cristiana, el Salmo 115 ha adquirido significados diversos. En los primeros siglos, se interpretó como un himno de los mártires que ofrecían su vida en fidelidad a la verdad. Más adelante, se asoció con la Eucaristía, vinculando el «cáliz de la salvación» con el sacrificio de Cristo, quien transformó su pasión en una acción de gracias. Este salmo, cargado de esperanza, nos invita a confiar en que Dios nunca abandona a quienes sufren y nos anima a responder con gratitud y fidelidad.

    En el rito litúrgico, el salmista representa al creyente que, salvado por Dios, se compromete a dar testimonio público de su fe. Este compromiso incluye ofrecer un sacrificio de acción de gracias, una expresión de pertenencia a la «casa de Dios». Como explica san Basilio Magno, el «cáliz de la salvación» simboliza la lucha espiritual y la entrega total a Dios, al estilo de Cristo, quien transformó el dolor en redención. Este salmo nos guía a reconocer la abundancia de dones divinos y a vivir una vida de gratitud, esperanza y acción de gracias.

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    EL SALMO 112: CANTO DE ALABANZA Y CERCANÍA DIVINA

    El Salmo 112, con su sencillez y belleza, se presenta como un himno breve pero profundamente significativo dentro del «Hallel egipcio», una colección de salmos que celebra la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Este salmo, compuesto por solo sesenta palabras en hebreo, es un canto de confianza, alabanza y alegría que, en la tradición judía, se vincula con la liturgia pascual. En él se exaltan tanto la liberación histórica como el sentido espiritual de la Pascua, entendida como signo de la liberación del mal en todas sus formas.

    La estructura del Salmo lleva al lector por tres movimientos. En la primera estrofa (vv. 1-3), resuena la alabanza al «nombre del Señor», que representa su presencia viva y activa en la historia. La plegaria de adoración, marcada por la repetición apasionada de este «nombre», abarca todo el tiempo y el espacio, elevándose desde la salida hasta el ocaso del sol. En la segunda parte (vv. 4-6), se celebra la trascendencia divina, con imágenes que subrayan la grandeza de un Dios que «se eleva sobre todos los pueblos» y cuya gloria trasciende incluso los cielos. Sin embargo, este Dios elevado no es distante: «se abaja para mirar», mostrando una atención amorosa hacia la realidad terrenal.

    El clímax del Salmo (vv. 7-9) nos lleva a un Dios que se inclina hacia los últimos y los desvalidos. Esta cercanía alcanza su máxima expresión en el misterio de la Encarnación, cuando Dios se hace hombre y comparte la condición de los pobres. Levantar al indigente del polvo y enaltecer a los humildes refleja una opción divina que encuentra eco en el Magníficat de María, donde se proclama la justicia divina que «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». La tradición cristiana, recogida en himnos antiguos, reafirma esta lectura, mostrando cómo la comunidad primitiva reinterpreta los salmos como expresión del misterio de Cristo, Cordero que quita el pecado del mundo. En el Salmo 112, la grandeza y la cercanía de Dios se entrelazan para ofrecer un mensaje de esperanza y redención.

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    LA ESPERANZA DEL CÁNTICO DEL APOCALIPSIS

    El Apocalipsis, lejos de ser solo un relato de catástrofes y juicios, es también un canto a la esperanza. En el capítulo 15, encontramos un cántico de alabanza dirigido al «Señor, Dios todopoderoso», entonado por los vencedores de la bestia. Estos justos no solo han resistido el mal, sino que, a través del sacrificio y la fidelidad, se convierten en constructores de una nueva realidad, con Dios como artífice supremo.

    Este himno nos recuerda que la historia no está dominada por la casualidad ni por fuerzas oscuras. Dios actúa en los acontecimientos humanos, guiándolos hacia la plenitud. Como invita el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, debemos aprender a leer en los signos de los tiempos la acción divina, que nos conduce a un futuro de justicia y verdad. En este contexto, el «temor de Dios», lejos de ser un miedo paralizante, se convierte en una apertura confiada al misterio de su trascendencia, un fundamento para la fe y el amor. Por ello, quienes temen a Dios no tienen miedo del mal ni del futuro, pues confían en su victoria sobre el mundo. Este cántico, entonado por los justos, es también una invitación a alabar a Dios y a renovar nuestra esperanza en su plan para la humanidad.

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    EL SALMO 120: UNA CONFIANZA INQUEBRANTABLE

    Hoy comenzamos con las catequesis dedicadas al comentario de los Salmos y cánticos que componen las Vísperas, retomando el ciclo iniciado por el Papa Juan Pablo II. Iniciamos con el Salmo 120, un «cántico de las ascensiones», que nos invita a reflexionar sobre nuestra peregrinación hacia el Señor.

    Este salmo destaca por su mensaje de confianza. Se repite seis veces el verbo hebreo shamar, «guardar» o «proteger», para describir a Dios como el centinela siempre atento que nunca duerme. El orante eleva su mirada hacia los montes, simbolizando tanto la presencia de Dios en el templo de Sión como las tentaciones representadas por los santuarios paganos. Sin embargo, el salmista reafirma su fe en que el auxilio verdadero proviene del Señor, el creador del cielo y de la tierra.

    El Salmo emplea imágenes poderosas: el guardián que vela para evitar que el pie resbale, la sombra protectora durante el calor del día y el defensor que permanece siempre a nuestra derecha. Incluso en las noches de nuestra vida, cuando enfrentamos oscuridad y peligros, el Señor está presente, protegiéndonos con amor y cuidado.

    Barsanufio de Gaza, un asceta del siglo VI, utilizaba este salmo para consolar a quienes enfrentaban pruebas y tribulaciones. Con sus palabras, nos recuerda que Dios guarda nuestras vidas «ahora y por siempre». Este salmo es una invitación a confiar plenamente en el Señor, quien vela por nosotros en cada momento y situación.