Laudes y Visperas

EL SEÑOR QUE “INCLINA SU CIELO Y DESCIENDE”

En este momento de nuestra meditación sobre el Salterio, llegamos al Salmo 143, un himno regio que se presenta en dos partes durante las Vísperas. La primera parte (vv. 1-8) resalta una característica literaria del salmo, que reinterpreta pasajes de otros textos sálmicos en un nuevo contexto de alabanza y oración. Este salmo refleja una época posterior al exilio babilónico, donde la figura del rey exaltado ya no corresponde al soberano davídico, sino al «Mesías» en su sentido pleno, al que los cristianos reconocemos como Jesucristo, «hijo de David, hijo de Abraham» (Mt 1, 1).

El himno comienza con una bendición dirigida a Dios, exaltado en una serie de títulos salvíficos: roca, alcázar, refugio, liberación y escudo. Estas imágenes subrayan la cercanía de Dios como protector ante las adversidades, armando al fiel para luchar contra las fuerzas oscuras del mundo. Ante este Dios omnipotente, el orante, aunque rey, se reconoce débil y frágil, describiéndose como «un soplo», «una sombra que pasa» (Sal 143, 4). En este punto surge la pregunta: ¿por qué Dios se interesa por una criatura tan efímera y limitada? La respuesta es una manifestación grandiosa de la teofanía, donde el poder divino se revela en fenómenos cósmicos y acontecimientos históricos, mostrando la trascendencia de Dios, Rey del ser, del universo y de la historia.

En nuestra reflexión, consideramos la profesión de humildad del salmista, a la que Orígenes, en su comentario al Salmo, se refiere al recordar que, en términos humanos, «el hombre no es nada». La vanidad de nuestra existencia es una realidad que nos lleva a la asombrosa pregunta: «Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?» Para Orígenes, la respuesta está en el hecho de que el hombre es capaz de conocer a su Creador, una capacidad que lo diferencia de las demás criaturas. Este conocimiento, para el cristiano, no es abstracto ni teórico; es una relación viva con Dios, una amistad.

Orígenes destaca que, para salvar a la humanidad, Dios tuvo que tomar sobre sí misma nuestra miseria. En un gesto de amor y humildad, «ha inclinado su cielo y ha descendido», una referencia clara a la Encarnación de Dios en Jesucristo. En la parábola de la oveja perdida, Orígenes ve reflejada la Encarnación: el pastor que toma sobre sus hombros la oveja perdida es el mismo Dios que se hace carne, se hace uno de nosotros, para llevarnos en su abrazo. De este modo, el conocimiento de Dios no es solo una idea, sino una realidad concreta que se ha hecho visible en Jesucristo, Dios hecho hombre.

Este salmo nos lleva de la reflexión sobre nuestra fragilidad humana a la maravilla de la acción divina: el Dios-Emmanuel, que está con nosotros, que «ha inclinado su cielo y ha descendido» para compartir nuestra vida y salvarnos. Con gratitud, meditamos sobre este misterio de la Encarnación, reconociendo que Dios no está lejano, sino cercano, abrazándonos en nuestra debilidad y llevándonos hacia su salvación.

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