Laudes y Visperas

CRISTO, EL PRIMOGÉNITO DE TODA LA CREACIÓN

En esta primera audiencia general del nuevo año, nos sumergimos en la reflexión del célebre himno cristológico de la carta a los Colosenses, que no solo introduce este escrito paulino, sino también los días de este nuevo año. El himno, que resalta la acción de gracias a «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo», establece el tono espiritual de nuestro caminar durante el 2006, y nos invita a una meditación profunda sobre la salvación, la liberación del poder de las tinieblas y la entrada al «reino del Hijo querido» (Col 1, 12-13).

Este himno se divide en dos movimientos principales. El primero exalta a Cristo como «primogénito de toda criatura» (v. 15), quien es la «imagen de Dios invisible». A través de Cristo, el rostro de Dios se hace visible para nosotros, uniendo la naturaleza divina con la humana de forma íntima y profunda. Cristo, eterno y creador, no solo da forma a todo lo creado, sino que sostiene el universo entero (vv. 16-17). En este sentido, Pablo nos recuerda que la historia tiene una dirección: hacia Cristo, el hombre perfecto, y hacia un humanismo auténtico. El progreso real de la humanidad es aquel que nos acerca más a Cristo, en quien se encuentra la plena realización de nuestro ser.

El segundo movimiento del himno (Col 1, 18-20) presenta a Cristo como el Salvador en la historia de la redención. Él es la «cabeza del cuerpo, de la Iglesia» (v. 18), en quien se cumple la reconciliación y la paz. Cristo, el «primogénito de entre los muertos», abre las puertas a la vida eterna, permitiendo que todo lo creado sea reconciliado en Él (v. 19). Este es el «pleroma», la plenitud de la gracia y la vida que nos transforma interiormente, reconciliándonos con Dios.

San Proclo de Constantinopla, en su reflexión sobre la Encarnación y la Redención, destaca que la obra de la salvación fue posible porque Dios se hizo hombre. Al unirse a nuestra humanidad, Cristo nos arranca del poder de las tinieblas y nos lleva al reino de su luz. Este intercambio admirable de la humanidad y la divinidad en Cristo nos ofrece la salvación, al ser nuestro hermano y, al mismo tiempo, nuestro Salvador, quien es verdaderamente «Dios con nosotros».

Este himno no solo nos invita a contemplar el misterio de la redención, sino también a vivirlo. A través de la encarnación de Cristo, somos llamados a transformarnos interiormente, participando de la plenitud de su vida y gracia, y a trabajar por un progreso que nos acerque a Él y, a través de Él, a una humanidad más unida y reconciliada.

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