Laudes y Visperas

EL SALMO 131: EL ARCA, EL MESÍAS Y LA VIRGEN COMO MORADA DE DIOS

El Salmo 131 nos introduce en la celebración de la presencia divina en medio de su pueblo, simbolizada por el arca de la alianza. Este canto, ligado a la memoria del traslado del arca a Jerusalén, destaca el juramento solemne de David: no descansar hasta encontrar un lugar para el Señor en el corazón de su pueblo. En este gesto se revela una verdad profunda: en el centro de la vida social y personal debe haber un espacio para Dios, una morada que exprese su trascendencia y comunión con nosotros. Sin Dios, el hombre no puede caminar rectamente en la historia; el templo, como señal visible, nos recuerda que debemos dejar que Él nos guíe.

El himno adquiere una dimensión mesiánica al pedir la bendición divina sobre los sucesores de David, especialmente «el ungido». Este término hebreo, Mesías, se proyecta más allá del reino de Judá, hacia la figura del Cristo, el Ungido perfecto y rey universal. En la interpretación cristiana, el Salmo encuentra su plenitud en Jesucristo, quien, con su Encarnación, se convierte en la verdadera morada de Dios entre los hombres.

Los Padres de la Iglesia ampliaron esta perspectiva, viendo en el versículo 8 del Salmo un anuncio de la Virgen María como el «arca del poder» de Dios. Hexiquio de Jerusalén destaca que María, al ser la madre de Cristo, es el arca viva que lleva al Señor al mundo. Su pureza y entrega la convierten en modelo de comunión con Dios, invitándonos también a nosotros a ser templos vivos del Espíritu. Así, el Salmo 131 nos lleva a contemplar el misterio de la Encarnación y a reconocer que, con Cristo y María, Dios encuentra su morada en el corazón de la humanidad.

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