El Salmo 125 nos transporta al retorno de Israel del exilio en Babilonia, un evento que evocaba la liberación del primer éxodo. En sus palabras resuena la alegría del pueblo al recuperar la libertad: «El Señor ha estado grande con nosotros». Este canto de júbilo contrasta con la sombra del sufrimiento pasado, simbolizado en la siembra con lágrimas, y apunta a la esperanza de la cosecha gozosa, fruto de la fidelidad y la perseverancia en Dios.
La imagen del sembrador fatigado que, tras mucho esfuerzo, recoge una cosecha abundante, se convierte en un mensaje profundo sobre la fecundidad que puede surgir del dolor. Jesús mismo lo expresó al hablar del grano de trigo que muere para dar fruto (Jn 12, 24), y san Pablo lo reafirma al exhortar a no cansarse de obrar el bien, pues «a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos» (Ga 6, 9). El salmo, por tanto, no solo es un canto de agradecimiento por la libertad obtenida, sino también una oración de confianza para quienes atraviesan pruebas, recordándonos que la fidelidad a Dios siempre conduce a la luz y a la paz.
San Beda el Venerable ilumina este pasaje al vincularlo con la pasión de Cristo y la tristeza de sus discípulos, transformada en gozo al contemplar su resurrección. De igual modo, el salmo invita a los fieles de todos los tiempos a confiar en que las aflicciones presentes serán recompensadas con la alegría eterna. Así, quienes siembran con lágrimas descubrirán en Dios al Señor de la cosecha, que convierte el sufrimiento en júbilo y la lucha en plenitud de vida.