El Salmo 124, parte de las «Canciones de las subidas», nos invita a confiar en el Señor, fuente de estabilidad y protección para quienes creen en Él. El salmista compara la seguridad de los fieles con la firmeza del monte Sión, protegida por la presencia de Dios, quien es «roca, fortaleza y refugio». Esta confianza profunda se refuerza con la imagen de un Dios que rodea a su pueblo, como las montañas que amurallan Jerusalén, asegurando que el mal no prevalecerá sobre los justos ni caerán en la tentación del pecado.
El salmo también refleja la lucha interior y exterior de los creyentes frente a la prepotencia de los malvados y el riesgo de desaliento. Pero, como afirma, la fe serena permite superar estos males, recordándonos que el Señor protege y guía a los «buenos» y a los «sinceros de corazón». Concluye con la tradicional bendición de paz, shalom, que evoca la esperanza de participar en la paz eterna prometida por Dios.
San Agustín, en su comentario al salmo, profundiza en esta visión, señalando que Cristo mismo es nuestra paz. Nos exhorta a abrazar la paz con firmeza, reconociendo en Jerusalén, «la visión de paz», un símbolo del destino último de los creyentes: la comunión plena con Dios. Como el santo obispo proclama, ser parte del «Israel de Dios» significa vivir bajo el reinado de la paz de Cristo, una paz que transforma nuestras vidas y nos dirige hacia la verdadera herencia prometida.