El Salmo 122 nos introduce en una experiencia de esperanza profunda, a través de la imagen del orante que eleva su mirada hacia el Señor, aguardando su misericordia. Esta mirada no es sólo un gesto de confianza, sino una súplica cargada de expectación. Como Jesús señala en el Evangelio, el ojo refleja el yo profundo, un espejo del alma (cf. Mt 6, 22-23). Así, al alzar los ojos, el fiel no sólo busca consuelo, sino la acción liberadora de Dios, ese gesto divino que transforma el desprecio en justicia y la opresión en libertad.
La súplica, que pasa de lo personal a lo comunitario, resuena con fuerza: «Misericordia, Dios mío, misericordia». En este clamor colectivo, el salmista revela la confianza de los justos en la bondad del Señor, incluso en medio de humillaciones y burlas. Como hoy, tantas personas enfrentan situaciones de desprecio, el Salmo nos invita a ser solidarios y a acompañar sus dolores con oración y acción concreta.
San Ambrosio, desde su rica espiritualidad, nos recuerda que en Cristo encontramos todo lo que necesitamos: médico, fuente, justicia, camino, vida. En él, nuestras súplicas encuentran respuesta, porque no sólo observa desde el cielo, sino que actúa para traer luz y esperanza a los que confían en él. ¿Qué mirada ofrecemos nosotros al Señor? ¿Elevamos nuestra mirada con plena confianza en su misericordia?