• Iglesia Primitiva

    SAN PAULINO DE NOLA: EL ARTE DE LA FE, LA AMISTAD Y LA CARIDAD

    En el corazón de la Campania, donde hoy se alza la ciudad de Nola, floreció a finales del siglo IV una figura luminosa de la Iglesia antigua: san Paulino. Aristócrata aquitano, político brillante, poeta refinado y finalmente obispo, su itinerario espiritual refleja con claridad la fuerza transformadora del Evangelio.

    Educado en Burdeos bajo la tutela del poeta Ausonio, Paulino destacó muy pronto por su talento y ascendió rápidamente en la carrera pública. Pero fue durante su mandato como gobernador de Campania cuando el contacto con la fe sencilla del pueblo —especialmente la devoción al mártir san Félix— abrió en él una herida de gracia. El encuentro con Cristo lo llevó a una conversión profunda que culminaría en una vida de pobreza evangélica, vida monástica, y más tarde ministerio pastoral.

    Con su esposa Teresa, vendió sus bienes y se estableció en Cimitile, junto al santuario de san Félix. Allí fundó una comunidad monástica donde la oración, la lectio divina y la acogida a los pobres se entretejían con una poesía al servicio de la fe. Porque Paulino nunca dejó de ser poeta, sólo que ahora, como él mismo decía, “Cristo es mi poesía”. Supo transformar su arte literario en un medio de evangelización: sus himnos, epístolas y poemas cantan la belleza de la Encarnación y la grandeza de la caridad. Incluso hizo del arte visual un instrumento catequético al decorar con frescos explicativos las paredes del santuario de san Félix, anticipando así el valor pedagógico del arte sacro.

    Su caridad concreta lo convirtió en un verdadero padre para los pobres. Les abría su casa y su corazón, viéndolos como “sus señores” y reconociendo en ellos el rostro de Cristo. Dejó escrito que su oración era el verdadero cimiento del monasterio. Esta sensibilidad pastoral y su cercanía al pueblo lo llevaron a ser elegido obispo de Nola hacia el año 409.

    Pero quizá uno de los aspectos más luminosos de san Paulino fue su vivencia de la amistad espiritual. Su correspondencia con figuras como san Agustín, san Jerónimo, san Ambrosio o san Martín de Tours muestra una Iglesia viva, tejida de relaciones profundas entre quienes buscaban juntos la verdad y vivían en comunión. “Somos miembros de un solo cuerpo —escribía a san Agustín—, tenemos una sola cabeza, vivimos de un solo pan y en una misma casa”. Esta visión eclesial, tan intensamente vivida, anticipa lo que siglos después el Concilio Vaticano II propondría al hablar de la Iglesia como misterio de comunión.

    En san Paulino de Nola resplandece una síntesis rara y preciosa: nobleza de alma, riqueza cultural, profundidad espiritual, amor por la Iglesia, sensibilidad social, y una fe encarnada en belleza y en obras. Un santo que nos enseña a vivir la fe con inteligencia, con ternura y con toda el alma.