• Iglesia Primitiva

    SAN LEÓN MAGNO: PASTOR EN TIEMPOS DE CRISIS, TESTIGO DE LA FE VIVA

    Continuando nuestro itinerario por las luminarias de los primeros siglos cristianos, nos detenemos hoy en la figura de un gran obispo de Roma que, en una época convulsa, supo conjugar firmeza doctrinal, caridad pastoral y coraje cívico. Nos referimos a san León Magno, proclamado doctor de la Iglesia por Benedicto XIV en 1754, y cuyo magisterio sigue siendo una referencia viva para la Iglesia de hoy.

    Elegido Papa en el año 440, san León asumió su misión en un contexto de profunda decadencia del Imperio romano, marcado por la inseguridad, las invasiones y el derrumbe del antiguo orden. Sin embargo, no fue la crisis lo que lo definió, sino su respuesta firme y esperanzada. Fue un pastor que no se refugió en lo doctrinal ni se replegó ante los desafíos, sino que salió al encuentro de los peligros —literalmente, como en su célebre diálogo con Atila— y supo ofrecer una palabra de luz y de unidad a los fieles y al mundo.

    Su predicación, clara y elevada, revela a la vez a un teólogo lúcido y a un padre atento. Cerca de un centenar de sermones nos transmiten su enseñanza, centrada siempre en el misterio de Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre. San León comprendió con particular hondura la importancia de confesar esta verdad en toda su integridad. Así lo expresó en su célebre Tomo a Flaviano, una carta doctrinal que fue acogida con júbilo en el Concilio de Calcedonia (451), donde los obispos exclamaron unánimemente: “Pedro ha hablado por boca de León”.

    Este profundo sentido del primado de Pedro, no como privilegio sino como servicio a la comunión de la Iglesia, fue vivido por León con gran responsabilidad. Tanto en sus escritos como en sus intervenciones prácticas, supo ejercerlo con prudencia, firmeza y amor a la verdad. Como dijo en uno de sus sermones, en Pedro se confía a uno lo que se da a todos, para que se conserve en la unidad lo que se distribuye en la misión.

    Pero san León no fue sólo el Papa del dogma y del concilio. Fue también un incansable defensor de los pobres, un consolador de las víctimas, un promotor de la caridad concreta. Llamó a los cristianos a vivir la liturgia como transformación de la vida entera, uniendo ayuno, limosna y oración, sobre todo en tiempos como el de las Cuatro témporas, cuando el ritmo del año natural se abría al ritmo de la gracia. Su visión de la Pascua como realidad presente —no solo memoria del pasado— nos recuerda que cada celebración litúrgica es una participación viva en el misterio de Cristo.

    En tiempos de crisis, san León fue un pastor que no huyó, un maestro que no redujo la fe, un testigo que no dejó de anunciar a Cristo con claridad y ternura. Hoy, cuando tantos buscan certezas y sentido, su voz nos anima a unir verdad y caridad, fe y acción, oración y compromiso. Y nos recuerda que la Iglesia, para ser fiel a su Señor, necesita pastores que vivan con coraje y humildad el primado del servicio.