En esta catequesis, Benedicto XVI presenta la figura de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir de comienzos del siglo II, a quien define como doctor de la unidad. Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía —tras san Pedro según la tradición— y escribió siete cartas durante su camino hacia el martirio en Roma. En ellas, refleja la fe viva de la generación que había conocido a los Apóstoles y transmite una visión profundamente cristológica y eclesial.
El amor de Ignacio a Cristo lo llevó a desear el martirio como unión plena con su Señor. En sus cartas insiste en que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, y desea «imitar la pasión de su Dios». A la vez, desarrolla una profunda «mística de la unidad», centrada en la Iglesia como reflejo del misterio trinitario. Esta unidad debe ser visible y concreta, en comunión con el obispo, los presbíteros y los diáconos, como un coro bien afinado que canta a una sola voz. La imagen musical —lira, sinfonía, armonía— expresa esta visión donde jerarquía y comunidad no se oponen, sino que se enriquecen mutuamente.
San Ignacio es también el primero en llamar «católica» a la Iglesia, destacando su universalidad y su unidad centrada en Cristo. Reconoce un papel especial de la Iglesia de Roma, que “preside en la caridad”. En un tiempo en que ya surgían herejías que dividían la humanidad y la divinidad de Cristo, su insistencia en la unidad aparece como un antídoto necesario contra toda fragmentación, tanto doctrinal como eclesial.
Su vida y sus escritos invitan a los cristianos de todos los tiempos a unir inseparablemente comunión con Cristo y comunión con la Iglesia. Solo en esta síntesis se da el testimonio pleno del Evangelio. La unidad, don y tarea a la vez, se convierte así en camino de santidad para los creyentes y en signo creíble del amor de Dios para el mundo.