Iglesia Primitiva

SAN GREGORIO DE NISA (II): EN CAMINO HACIA LA PERFECCIÓN

San Gregorio de Nisa, culminando la rica tradición espiritual de los Padres capadocios, nos deja una enseñanza fundamental para todo cristiano: el camino hacia Dios no tiene fin. En sus textos, la perfección no es una meta estática, sino un dinamismo continuo, un avanzar sin cesar “tendiendo hacia lo que es más grande” (épekteinómenos, Flp 3,13). Es el alma que, colmada de amor divino, desea siempre más, porque Dios mismo ensancha su capacidad de amar y de conocer.

Esta visión de la vida cristiana como progreso inacabable hacia el Bien infinito ilumina toda su doctrina espiritual. Para Gregorio, ser cristiano es dejarse moldear por Dios, que actúa como un artista divino: lima, pule y da forma al alma según el modelo de Cristo. Pero este proceso requiere la cooperación del hombre, su deseo libre y constante de purificación, su vigilancia interior y su apertura al amor. En palabras del mismo Gregorio, «somos los padres de nosotros mismos», porque nuestra libertad decide si queremos parecernos al modelo divino que contemplamos.

El amor a Dios se traduce necesariamente en amor al prójimo, especialmente al pobre, en quien el santo ve el rostro mismo de Cristo. Por eso, no vacila en denunciar las injusticias: ayunar sin compartir, abstenerse sin amar, es hipocresía. El verdadero ayuno es dar al necesitado, compartir lo que se tiene, no despreciar al que sufre. Y advierte: “No penséis que todo es vuestro… todo procede de Dios, Padre universal”.

La oración, finalmente, ocupa un lugar central en la vida cristiana. Es el medio por el cual el alma se mantiene en comunión con Dios y se fortalece contra las pasiones. San Gregorio la presenta como defensa, alimento, medicina, comunión. La oración no es sólo hablar de Dios, sino dejarlo habitar en nosotros. Al igual que su hermana santa Macrina, cuya muerte narra con ternura, el cristiano debe aprender a vivir y a morir con la confianza puesta en el Padre: “Recibe mi espíritu como incienso ante ti”.

Hoy, como entonces, su mensaje conserva plena actualidad: la vocación cristiana es un camino de amor, donde cada paso es una ascensión hacia Dios. Una vida marcada por la contemplación, la caridad y la oración, en la que Cristo es tanto el modelo como la fuerza que sostiene.

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