Laudes y Visperas

JERUSALÉN: SÍMBOLO DE PAZ, JUSTICIA Y UNIDAD ESPIRITUAL

El Salmo 121 es un vibrante cántico de las subidas, que celebra la llegada a Jerusalén, la ciudad santa, centro de la fe y del culto para Israel. Este salmo une dos momentos significativos: la alegría de aceptar la invitación de ir «a la casa del Señor» y la emoción de pisar los umbrales de Jerusalén. En su inicio, evoca el gozo y la reverencia por esta ciudad «bien compacta», símbolo de unidad y seguridad, donde las tribus de Israel se congregan para adorar y encontrar justicia bajo la dinastía davídica.

Jerusalén no solo es un lugar de culto, sino también un espacio de justicia y comunión. Sus «tribunales de justicia» aseguran que los peregrinos regresen a sus aldeas más justos y reconciliados. Este salmo subraya que la religión bíblica no es abstracta, sino un fermento de justicia y solidaridad. La comunión con Dios lleva necesariamente a la comunión entre hermanos, haciendo de Jerusalén un modelo de armonía social y espiritual.

La oración final del salmo está marcada por la palabra «shalom», que representa la paz mesiánica llena de prosperidad y alegría. Este saludo, que también incluye el deseo de «bien», anticipa el espíritu franciscano de «paz y bien». Jerusalén se transforma en un hogar de bendición para todos los que la aman, irradiando paz hacia sus muros, palacios y habitantes.

San Gregorio Magno ofrece una lectura profunda del Salmo 121, viendo en la Jerusalén terrenal una figura de la Iglesia, construida como un edificio de caridad donde cada miembro sostiene y es sostenido. Este modelo de paz y apoyo mutuo se fundamenta en Cristo, el cimiento que soporta a todos. A través de esta visión, somos llamados a ser una verdadera Jerusalén en la Iglesia y a orar para que la ciudad santa sea un lugar de encuentro y paz para todas las religiones y pueblos.

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