Laudes y Visperas

ALABANZA A LA REALEZA DIVINA Y A LA MISERICORDIA DE DIOS

El Salmo 144 es un canto de alabanza al Señor, presentado en la liturgia en dos momentos. Hoy nos enfocamos en los primeros versículos (1-13), que celebran la grandeza de Dios como «rey», un tema recurrente en muchos salmos. Esta realeza divina, lejos de ser una mera figura de poder, simboliza el plan salvífico de Dios para la humanidad, un proyecto de paz y armonía que se extiende a lo largo de todas las generaciones. El salmista nos invita a alabar a Dios por su «reino», una acción universal que arranca el mal del mundo y manifiesta la gloria del Señor.

El corazón de este salmo es una alabanza fervorosa a las «obras» de Dios: su grandeza, misericordia, justicia y bondad. Se nos recuerda que no estamos a merced de fuerzas oscuras ni vivimos de manera solitaria nuestra libertad, sino que dependemos del Señor, quien nos ofrece un plan de salvación lleno de ternura y amor. Este «reino» no se fundamenta en el poder o dominio como los reinos terrenales, sino en la piedad y la justicia. Dios es descrito como «lento a la cólera y rico en piedad», un retrato de su infinita misericordia.

El salmo culmina con una afirmación reconfortante: «El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas». Estas palabras de consuelo nos invitan a confiar plenamente en la bondad de Dios, que se extiende a todos, sin distinción. En este sentido, san Pedro Crisólogo, al reflexionar sobre la misericordia de Dios, nos recuerda que esta misericordia es más grande que todas las obras del Señor. Por eso, al igual que el profeta, también nosotros clamamos: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad».

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